Lágrima Negra

La «Inteligencia Artificial» ha sido uno de los grandes temas tratados por la Ciencia Ficción,la posibilidad de que máquinas adquieran cualidades más humanas causa una gran atracción. ¿Es posible qué un androide llegara a desarrollar una conciencia? ¿Qué ocurriría si experimentaran las mismas emociones que dirigen el sentir y ivir de los humanos? Esta es la base de partida de Lágrima Negra, un microrrelato recogido en la antología «Bajo la Piel», en su segundo tomo, de la editorial Carpa de Sueños.

Carpa de Sueños

Sobre esa base, y con formato de microrrelato, salió una cosa más o menos así:

LÁGRIMA NEGRA

A mi esposa y a mí siempre nos pareció antinatural y peligrosa la obsesión de nuestro hijo Takeshi por ese robot al que llamaba Betty.
La compró hace cuatro años con sus primeros ahorros y desde entonces tiene el sueño adolescente de que es la “mujer” de su vida. Todo este tiempo hemos tratado de convencerlo de que una Hitei modelo N-26 no era, ni es, ni nunca llegará a ser una mujer, pero él siempre alegaba su amor por “su” Betty, y pese a nuestros esfuerzos, siempre encontraba un modo de retenerla a su lado.
Contratamos a un psicólogo, que nos recomendó demostrarle lo absurdo de su amor por esa máquina haciéndole una prueba, una reducción al absurdo de su obsesión.
Tomamos a Betty, alquilamos otras cuatro N-26 y pusimos a las cinco
androides, desnudas e idénticas, en la misma sala. Evidentemente, Takeshi sería totalmente incapaz de distinguir a la suya, lo que, según las palabras del terapeuta, le haría ser consciente de su problema, dando un gran paso para su curación.
Una vez se encontró en la sala con las cinco androides idénticas, nuestro hijo examinó detenidamente las androides, sus caras, sus ojos, sus manos… Identificó un minúsculo arañazo en uno de los dedos de una de las N-26 como el momento en que Betty le arrancó la ropa en un ataque de pasión, una inapreciable decoloración en la piel de un brazo la relacionó con un maravilloso día de playa que Betty y él finalizaron haciendo el amor bajo la luz de las estrellas, y una levísima rasgadura en la metálica piel de una espalda se transformó en el recuerdo indeleble de una romántica carrera por el bosque el primer día en que se besaron.
Así, tomó la mano de una de ellas, la cubrió amorosamente con su
chaqueta ocultando su metálica desnudez, le susurró unas palabras de amor al oído y se la llevó de vuelta a casa, a su pequeño nido de amor.
El experimento había resultado un fracaso, y ya tan sólo quedaba la opción de internar a nuestro hijo en una institución psiquiátrica.
Luego ocurrió algo que, en otras circunstancias, me hubiera hecho dudar de esa aberrante relación. Los empleados de la empresa de alquiler abrieron la caja de su camión y pidieron a las cuatro androides restantes que subieran a ella. Tres de ellas subieron diligentemente con su lento e inestable caminar, pero una de ellas se quedó paralizada, de pie y desnuda, en medio de la sala.
Tras examinarla, los técnicos determinaron que su cerebro artificial se había cortocircuitado espontáneamente, algo improbable pero que ocurría en una de cada cincuenta mil unidades. Lo que nunca pudieron determinar fue el origen de la negra lágrima que corrió por la mejilla de aquella androide antes de apagarse para siempre.
-Miguel León 2015-

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